Cogió delicadamente el viejo violín, respiró profundo y dejó su mente y su alma libres de cualquier pensamiento.
De repente sus manos se pusieron en movimiento, y comenzaron a flotar notas, unidas armoniosamente, que llenaron todo el espacio donde Irina se encontraba, salieron por la ventana, se colaron en las casas, revolotearon por los parques, llegaron a los oídos de los enamorados, de los solitarios, de los niños y ancianos, y todos ellos sintieron como algo por dentro cambió. Se sintieron plenos.
No era otra cosa, que la música que desprendía el alma de Irina.
(Mannaz)