Texto: Amalia Marimbaldo
No es mi profesión, no me gano la vida con ello todavía, pero sí que es mi oficio. Me refiero a lo de ser BRUJA.
Ya. Suena horrible. Hemos tenido siempre muy mala prensa. Totalmente injustificada además. Los hombres nos temían porque no nos dejábamos someter. Las demás mujeres nos odiaban, quizá por envidia, quizá por miedo, o ignorancia. Es triste reconocerlo, pero las chicas firmamos nuestra sentencia de esclavitud el día que aprendimos a competir entre nosotras.
Imagina: En una época en la que la mujer no podía Ser si no estaba bajo la tutela de padre o marido, nosotras éramos independientes. En lugar de ser relegadas al hogar, volábamos libres en nuestras escobas. En vez de tratar con recelo a las demás mujeres, nos reuníamos a menudo con aquéllas que eran como nosotras. Nunca hicimos penitencias, ni ayunos, ni acudíamos a la Iglesia, sino que bailábamos desnudas alrededor de una hoguera, las noches de luna llena. Jamás opinamos sobre la vida de nadie, eran ellos los que nos confesaban esos secretos, demasiado vergonzosos para comentar a nadie que no fuera amoral…
Teníamos el remedio para las más diversas dolencias, transmitimos la tradición oral, atesoramos las más oscuras facetas del alma, escuchamos sin juzgar, amamos con pasión desaforada… pero nunca, nunca, pertenecemos a nadie.
El oficio no ha cambiado tanto en estos siglos. Seguimos adentrándonos en las sombras, hurgando entre ellas, y sacando monstruos a la luz, donde ya no dan tanto miedo. En cuanto a mí… vivo con mi preciosa gata negra, no me asusta mi poder, me rebelo contra el orden (ni soy muy ordenada, ni me gusta que me den órdenes), investigo la naturaleza de lo divino y lo humano, fabrico ensalmos para deshacer hechizos, utilizo la cartomancia para asomarme a los misterios de la psique, me invento conjuros, aprendo a invocar… pero bueno, ésa es otra historia, que todavía no debe ser desvelada.